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jueves, 4 de agosto de 2011

Militares y Oligarquías De Costa Rica


Militares y Oligarquías De Costa Rica


Introducción


Carente de guerras de independencia y caudillos militares, Costa Rica afloró, después de su separación del gobierno español en 1821, como un país civilista, con algún aire de timidez para constituirse en una nación con identidad propia, sino más bien procurando ampararse en repúblicas de mayor poder (México, Colombia) o bien afiliarse a federaciones (República Federal de Centro América), reflejo fiel de la ancestral frase “hasta que se aclaren los nublados del día”.


Con la presencia de guerras civiles (guerra de la Liga, en 1835) y de la Campaña Nacional (en 1856 y 1857), la incursión de los militares en la vida nacional fue cobrando prominencia. El surgimiento también de una oligarquía cafetalera, permitió al militarismo ir creciendo gradualmente, hasta convertirse en un elemento de apoyo para las familias dominantes y, posteriormente, en un medio decisor para resolver disputas entre las élites existentes.


En ese contexto, irrumpen, en el período 1846 a 1869, dos figuras relevantes en el ámbito nacional, que tuvieron intensa participación en hechos políticos y militares de gran trascendencia en el país: Lorenzo Salazar Alvarado y Máximo Blanco Rodríguez.


Esta obra, de carácter histórico y genealógico, aborda las vidas paralelas de ambos militares, sus momentos de gloria y de conflicto, así como su historia familiar, que, hasta nuestros días, persiste en sus descendencias, herederas de recuerdos de heroísmo, pero también de estigmas, atribuibles a sus ilustres ancestros.


De militares y oligarquías


La acepción básica para el vocablo ejército lo define como “una gran multitud de soldados unida en un cuerpo bajo el mando de un general”. De ello se desprende que desde 1821 hasta 1856, nuestro país no tuvo realmente un cuerpo militar organizado bajo el mando de un jefe superior reconocido.


Durante ese período, desde Juan Mora Fernández hasta Juan Rafael Mora Porras, todos los jefes de Estado y presidentes fueron elementos civiles, debido mayormente a la ausencia de una tradición bélica y a la idiosincrasia que distinguía a los costarricenses.


No podemos durante este período (1821-1856), hablar de una verdadera configuración militar representada por un ejército debidamente organizado sino más bien de la emergencia de algunos rasgos y circunstancias históricas directa e indirectamente condicionantes en el largo proceso de la formación del ejército costarricense.


Nuestras fuerzas militares existían principalmente para resguardar el orden público interno, alterado por escasas conspiraciones de grupos de revoltosos que actuaban en disconformidad con medidas implantadas por los gobiernos de turno.


De acuerdo con don Rafael Obregón, no es sino con la caída, en mayo de 1838, del gobierno de don Manuel Aguilar, que se puede señalar el primer cambio de autoridades civiles mediante un golpe de cuartel. El movimiento militar estuvo liderado por el capitán José Manuel Quirós Blanco, militar de significativa presencia en sucesos posteriores.


Al decir del expresidente González Víquez: “el mal nació en mayo de 1838; arreció después de la caída de Morazán y no desapareció hasta la segunda administración de don Jesús Jiménez.


Familias prominentes en la tenencia de tierras y en empresas agrícolas y financieras, como los Mora, Aguilar, Castro, Fernández, Iglesias, Tinoco, fueron posicionando también a sus miembros en los distintos poderes del estado, lo cual otorgó un papel dominante a algunas de las familias de la época.


Sin embargo, fue el café lo que introdujo significativas variantes en las estructuras sociales y políticas de nuestro país. Aunque ya se comerciaba ese producto desde 1820, fue en 1854 cuando un grupo de costarricenses inició exportaciones a Inglaterra, las cuales se enviaban en el buque inglés Monarch, propiedad de su capitán William Le Lacheur. El cultivo y comercialización del café transformó a Costa Rica de una colonia letárgica ubicada en un distante lugar del imperio español, en un país boyante, siendo los beneficios económicos obtenidos la mayor fuente de empleo y riqueza.


Se fue constituyendo rápidamente durante este lapso la llamada "oligarquía cafetalera", la cual requería no sólo del apoyo estatal para llevar adelante sus negocios, sino también del control de los principales centros de decisión política y militar, a fin de poder pilotear; con mayor seguridad y firmeza, el paso de la población por los drásticos acomodos que exigía el cultivo empresarial del cafeto y el delicado montaje de los engranajes de una dinámica económica de exportación.


Surgió así en el seno de una sociedad que se había caracterizado por su relativo igualitarismo, una clase con suficiente peso financiero y empuje para ir reclamando para sí el papel de principal e incontrastable protagonista del proceso histórico de desarrollo.


Nació entonces una alianza entre la oligarquía y los militares, donde estos se convirtieron en los instrumentos de presión para consolidar el poder político y social de aquella, y, a su vez, esa oligarquía servía de apoyo a los militares para que estos reafirmarán su carrera en las armas y ocuparan, con el tiempo, posiciones decisorias en los destinos del país.


A pesar de que los militares en Costa Rica habían efectuado golpes de estado en 1838 y 1842, causando las dos caídas de gobiernos jefeados por don José Rafael Gallegos y que, asimismo, habían participado en múltiples  conspiraciones entre 1848 y1849 que condujeron a la caída del doctor José María Castro Madriz en noviembre de ese último año, sus actuaciones estaban sometidas al servicio de las oligarquías y jamás sus líderes buscaron ocupar algún cargo prominente en los supremos poderes del país, como la historia sí nos dice que ocurrió en otros países latinoamericanos (Obregón en México, Bolívar en Venezuela, Sucre en Perú).


Al ser designado como Jefe de estado el 30 de diciembre de 1849, don Juan Rafael Mora considera necesario descentralizar el poder militar hasta entonces existente en el Cuartel Principal y el 15 de abril de 1850 crea el Cuartel de Artillería, sabia decisión que menguó las fuerzas del capital José Manuel Quirós, cuando en junio de ese mismo año, intentó rebelarse contra Mora con resultados infructuosos.


Además, don Juan Rafael trajo “al país al militar polaco, en 1852-53, Fernando von Salisch, para servir de instructor de alta preparación de las fuerzas militares y para ello se creó una academia militar. A partir de este momento se asocia el poder de los militares y la existencia del ejército con la defensa y apoyo de los intereses del gobierno.” En otras palabras, los militares rompen su alianza con la oligarquía existente para prestar sus servicios exclusivamente al gobierno electo.


La medida política no tuvo otro objetivo que el de buscar el sustraer parte del excesivo poder bélico que se almacenaba en el Principal, y colocarlo más directamente bajo el dominio de las autoridades civiles. El nuevo centro militar estaba ahora directamente bajo las órdenes del Presidente de la República.


Para que la implantación de esta medida tuviese vigencia, se ordenó que todos los cañones que se encontraban en el Principal, menos uno, fueran trasladados al nuevo cuartel. Además, los pertrechos bélicos que se encontraban en el Principal, se repartieron por partes iguales entre ambos centros.


Con la llegada a Centro América, en 1855, de William Walker y sus filibusteros, Mora interpreta acertadamente la seria amenaza que se cierne sobre Costa Rica y prepara un ejército de 9.000 hombres que durante 1856 y 1857 emprenderá una gesta trascendental en nuestra historia patria, enaltecida con las gloriosas batallas de Santa Rosa y Rivas y la campaña del Tránsito en el río San Juan.



“El militar que emergió con posterioridad al conflicto armado de 1856 lo hizo como el individuo que había salvado a la nación de las hordas mercenarias de la intervención extranjera. El rol del militar dentro de la política costarricense, a partir de ese momento, ya no sería el de un simple subordinado. En delante, lucharía por participar de una manera más intensa en el usufructo del poder político, amparado en la gesta que acababa de cumplir y en la alta estima con que lo distinguía la sociedad costarricense.

Con excepción del Golpe de Frankfort en enero de 1852, promovido por el presidente Mora para reducir el poder político de diputados y otros ciudadanos contrarios a su régimen y de la conjuración Iglesias y Tinoco en junio de 1856, en que don Francisco María Iglesias y Saturnino Tinoco encabezaron una conspiración contra el gobierno de Mora, los conflictos internos en ese período habían disminuido, hasta que en la madrugada del 14 de agosto de 1859 se produjo la caída del gobierno morista y el posterior fusilamiento de don Juan Rafael Mora el 30 de setiembre de 1860 junto con el militar Ignacio Arancibia, y dos días después, el 2 de octubre, el del general José María Cañas.


Con los sucesos anteriores, quedó claramente expuesto que el ejército, representado por los militares que integraban los cuarteles Principal y de Artillería, no estaban realmente al servicio del gobierno y, en particular, del presidente de la República, sino de la oligarquía vigente, es decir, del poder social y económico ostentado por las familias más poderosas del país.


Tan es así que en la década subsiguiente cesan los conflictos políticos y militares en el país y se afianza el poder de los militares en los cuarteles, brindando su apoyo a las sucesivas designaciones de presidentes que fueron electos, hasta que se concretó la caída del gobierno del doctor José María Castro en noviembre de 1868 y la designación consensuada entre oligarquía y militares, del licenciado Jesús Jiménez como nuevo mandatario.


Don Jesús comprendió luego que, aunque su nombramiento contó con el aval de los militares, había llegado el momento de enrumbar a Costa Rica por los senderos de la democracia civil La resolución y el coraje para hacerlo recayó en su ministro de Guerra, don Eusebio Figueroa, hombre de carácter férreo, de decisiones inquebrantables y de indomable energía. En febrero de 1869, Figueroa pidió la renuncia al general Lorenzo Salazar y en abril hizo lo mismo con el general Máximo Blanco, comandantes del cuartel de Artillería y del cuartel Principal, respectivamente.


…es un hecho de fundamental importancia en el largo proceso de afirmar el carácter civil del gobierno costarricense. El presidente y el ministro comprenden muy bien que toda la teoría democrática liberal tendrá valor muy reducido, mientras Blanco y Salazar conserven la atribución de poner y quitar gobiernos.


Pero el problema es más hondo: los altos militares apenas han sido ejecutores de las decisiones surgidas de la entraña oligárquica, todopoderosa en esta década.


Agrega Montero Barrantes, “Dadas las circunstancias de aquella época, necesitábase una gran energía, una voluntad inquebrantable para llevar a cabo una disposición de tanta trascendencia que significaba la destrucción del pretorio costarricense.”


Si bien el militarismo siguió presente en los períodos en que el general Tomás Guardia y otros designados, ejercieron la presidencia, desde abril de 1870 hasta julio de 1882, en que el ejército estuvo al servicio de la presidencia de la República y no ya de las oligarquías cafetaleras, nos interesaba en este aparte destacar básicamente el contexto militar y político en que tuvo lugar la participación de los generales Lorenzo Salazar y Máximo Blanco, personajes relevantes en el entorno nacional durante no menos de veintitrés años, en que alcanzaron la gloria y la cima del poder, para luego caer en las sombras del olvido, motivado ello fundamentalmente por sus actuaciones en la caída y fusilamiento de don Juan Rafael Mora Porras.

Emilio Gerardo Obando Cairol

Material del Libro “Los Generales Blanco y Salazar” de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica.